Yo había empezado a salir con Lola y compaginaba los estudios universitarios con el trabajo en una compañía de seguros, de la que me quería marchar. Sergio, un tipo al que había conocido recientemente nos invitó a los dos a cenar a su casa una noche de sábado: acudimos y había un par de matrimonios y Fernando, un chico de Tenerife; todos trabajaban en un centro comercial que se estaba construyendo en aquel momento y que iba a ser el más grande de Canarias. Y hablando, hablando, me dijo el chicharrero: “... oye, si estás buscando cambiar de curro, en el ECOP estamos buscando gente...” El ECOP era el equipo de coordinación de las obras de los locales de aquel centro comercial. Quedamos en que iría el mismo lunes para conocer a su jefe, un tal David.
Al llegar, me encontré con el jefe más atípico nunca visto y la entrevista más corta que he hecho en mi vida. Yo esperaba encontrar... pues eso, un jefe... con pinta de jefe, como los que hasta entonces había conocido. Pero quien me recibió fue un tipo enorme, desaliñado y sin afeitar, enfundado en unos vaqueros y que calzaba unas inmensas deportivas -‘bambas’, las llamaba él- de tenis de color blanco.
Pasamos a su despacho, nos sentamos, me clavó su mirada y me dijo: “... supongo que entiendes de obras, ¿no?, claro, si no, no estaría aquí y no te habría recomendado Fernando...” (Ya me había encargado yo de venderle a Fernando cuánto sabía de obras, ejem...) Y siguió: “... el trabajo es sin horario, de lunes a domingo, hasta la inauguración del centro comercial. Luego, veremos. El sueldo son setenta mil al mes (para los más jóvenes, unos cuatrocientos veinte euros). Si te interesa, toma; empiezas ya...” Y me entregó, mientras asentía con la cabeza y le decía que sí, un casco de albañil y un Walkie-Talkie. Y hasta hoy.
Ahí comenzó nuestra relación. Fueron meses de trabajar a tope, en los que empecé a admirar a David por su aplomo, seguridad y honestidad, a pesar de su juventud; tenía entonces veintinueve años.
Al poco tiempo, nos fuimos a Bilbao, para hacer otro centro. Allí, no sólo fue mi jefe, sino mi compañero de piso, de cenas y de trayectos en moto. Nuestro mutuo conocimiento creció y pronto descubrí que... ¡era ateo! No es que yo fuera san Rafael Arcángel, pero sí me había movido en los últimos años con gente que, más o menos, tenía fe. Por eso me chocó llevarme tan bien con alguien que no creía en Dios.
Con el paso de los años, conocimos a Amelia, su novia de entonces y más tarde esposa. Y nuestro devenir fue fraguando un amistad cada vez más sólida; incluso volvimos a trabajar juntos, pasando juntos por momentos de éxito, de alegría, de angustia, de decepción y de prueba. De grandes pruebas.
Durante estos años hemos tenido multitud de conversaciones, la mayoría compartiendo algo en la mesa, él, Lola y yo. Y hemos hablado de todo. Creo. Y como ‘buen’ ateo, siempre nos ponía a prueba, pinchándonos o haciéndonos bromas relativas a la fe, o bien, cuando un domingo regresábamos de Misa, preguntándonos “... a ver, de qué ha ido hoy la homilía, ¿eh?...”
David no lo sabe, pero seguramente es uno de los ateos más cristianos que conozco. Enumerar sus virtudes daría para más de un post, y hay que recordar que las virtudes no son otra cosas que la concreción práctica de unos valores, la repetición de actos buenos, lo contrario a los defectos. El reflejo de la bondad del mismo Dios.
David es generoso, es fiel, tiene sentido del humor -y mucho-, es paciente, es responsable, es sincero. Es valiente, es trabajador, es un buen padre y un buen esposo; es muy familiar. Sabe y puede exigir, porque predica más con el ejemplo que con las palabras. Es un tío coherente. Es una buena persona. Es y sabe ser un amigo. Y sabe amar.
Pero no cree en Dios...
Si David se encontrara cara a cara con el Padre Pío, le diría algo como: “... ¿dices que no crees en Dios? No importa, porque Él sí cree en ti...”
Y tanto es así, que lleva mucho tiempo haciéndose presente en su vida, aunque él no sepa reconocerlo, quizá por la enorme torpeza de quienes debiéramos ser instrumentos para ello. Cuando lo haga... para mí será una fiesta, y en el Cielo prepararán un puesto de honor para San David D’Elecop, patrono de los ateos, aquellos a quienes Dios ama y no lo saben porque aún no han conocido su Amor.
Rezo desde ya por este gran David. Me recuerda mucho a un amigo mío que también es un "buen" ateo y también, curiosamente, se llama igual.
ResponderEliminarEn muchas ocasiones he pensado lo torpe que soy, porque aún no conoce el amor que Dios le tiene. Pero Él cuenta con la libertad de cada persona. Y, además, nuestros tiempos no son los de Dios. Yo confío.
Gracias por esta entrada, Rafa.